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Historia Legendaria Del Señor Nazareno De La Merced De La Nueva Guatemala De La Asunción

 

III

La Semana Santa se conmemoraba aquel año en el mes de abril.

Toda la mañana del Viernes Santo, Sor Margarita había permanecido en la iglesia del Convento en oración. Tan profunda era su entrega que se sentía despojada, cada vez más, de sus atributos humanos, y unida a la eternidad de Dios. Estaba trasponiendo las puertas del éxtasis.
Al igual que la vez anterior en el Convento de Madrid, un algo imprecisable la envolvió en una metamorfosis sublime. Una intensa claridad enmarcó su espíritu y sintió que podía ver sin mirar y hablar sin pronunciar en el alma del creador y formador.

-Señor –musitó- gracias te doy por la infinita dicha queme concedes en estos momentos. Señor, soy tu sierva más indigna, pero confiando en tu misericordia quiero pedirte una sola gracia: ¡revélame cómo era Jesús cuando estuvo entre nosotros, aquí en la tierra!

 

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Una voz, como salida de las tiorbas del órgano, le fue grabando la respuesta en el corazón:

-De las imágenes que de Cristo se han esculpido, la más parecida al hijo de Dios, es el Nazareno que se encuentra en la iglesia de la orden mercedaria en la Nueva Guatemala de la Asunción.. .

 

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Y el milagro se la fue derritiendo en el cosmos de su cuerpo...

Al tiempo, salió de prisa del templo. Encontró a la Madre Superiora en la puerta de la Sala Capitular. Con voz agitada y entrecortada le imploró:

-¡Madre, Madre, dejadme ir a visitar a Jesús de la Merced ! ¡Por Dios os lo suplico!

Sorprendida la Superiora al ver el halo luminoso que enmarcaba sus ojos le respondió confusa:

-Vaya usted hermana. El Nazareno de la Merced sale en procesión este día. Es posible que lo encuentre cerca de aquí, tal vez por la plaza de la Constitución.

Batiendo al viento con su hábito, Sor Margarita abandonó el convento. No sabía a dónde dirigirse, si al Templo de la Merced o ir en busca de las calles por donde pasaría la procesión. Indecisa, se detuvo en el atrio del convento. De súbito se dio cuenta que la procesión no andaba lejos. Corrió así por la calle de Santa Teresa hasta alcanzar la de Concepción.

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Los ciriales y la cruz alta del procesional cortejo llegaban ya a las puertas del templo del Monasterio de la Concepción , cuyo frente caía sobre la calle a la cual nombraba. Subió las gradas del atrio y se apoyó en la balaustrada de calicanto.

Tras los ciriales uno a uno los cucuruchos y penitentes revestidos de túnica morada y paletina negra desfilaban en silencio, místicos, meditabundos, cansados. El sol engarzado en azul del cielo y el viento espolvoreaban flor de corozo y espirales de incienso en el ambiente, mientras los bronces de la bande de música sembrada tras las pisadas sangrantes del Redentor del Mundo, el gemido de sus notas. Tras la interminable columna de penitentes apareció, en la esquina de la calle de la Merced doblando hacia la de la Concepción , el anda sencilla sobre la cual descansaba la imagen de Jesús Nazareno de la Merced, bajo palio.

Desde las ventanas veladas del coro alto del templo, el coro de monjas entonó el responsorio Tristis est anima mea usque ad morten...

Mientras la polifonía intrincada del responsorio se amalgamaba con el canto llano de las monjas concertas, Sor Margarita permanecía extasiada frente al cortejo procesional.

Al pasar junto a las puertas del Monasterio de la Concepción , la procesión se detuvo. Sentía la mirada angustiosamente dulce de Jesús clavada en la suya.

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¡Cuánto dolor encontraba en aquél rostro! Su expresión era de un sufrimiento inmenso y una resignación suprema. Cubría aquel cuerpo flagelado una túnica roja bordada en oro y un sudor de sangre y perlas bañaban sus sienes clavadas de espinas de oro. Colocado al centro del anda sembrada de espigas de trigo y vides, bajo el palio recamado en oro, con pasos vacilantes caminaba lentamente, doblegado por el pesado madero.

Sor Margarita sufría al ver a aquel Nazareno. Sabía que era la imagen que más se acercaba al Cristo verdadero... ¡Dios Padre mismo se lo había susurrado al corazón!
La mansedumbre de los ojos de Jesús de la Merced la bañaba en la diafanidad de su bondad, en la agonía de su martirio. Y... dos lágrimas de amor se le desprendieron anegando de infinito el espíritu de Sor Margarita. Entonces una vorágine la atrapó en su torbellino, y su cuerpo se desplomó al pie de la pilastra.

Una beata de mengala y manto negro, que estaba a su lado, acudió presurosa en su auxilio. La ayudó a incorporarse y, como pudo la condujo a la Sacristía del templo del monasterio. La madre sacristana la acogió en la sacristía.

-Tome hermana-, le dijo, tendiéndole un vaso de agua- refrésquese. El sol ardiente la debe haber afectado y ha desfallecido.

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-Gracias, hermana- respondió agradecida-. Lo que me pasa es que la emoción de mi alma me ha hecho flaquear. Han de saber que he tenido una visión maravillosa: Jesús de la Merced es la imagen más perfecta de Cristo! Oigan mi historia. Y con voz tenue, les relató su visión milagrosa.

La beata del pueblo cayó de rodillas cubriéndose la cabeza con su manto y persignándose reverente. Con asombro, la madre sacristana le comentó:

-¿Sabe, hermana? Lo que nos cuenta es verdaderamente maravilloso. ¿Acaso conoce usted la historia del Señor de la Merced ?

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-No, no la se, Madre –repuso Sor Margarita-, pero si usted la sabe, le suplico que me la relate. Hable, hable por favor.
-Escuche, entonces:

"Cuentan por los viejos barrios de la Nueva Guatemala , que por aquellos tiempos, cuando la vieja capital del Reino Santiago de Guatemala ostentaba todavía orgullosa sus pendones en el Valle de Panchoy, era sacristán de la Iglesia de la Escuela de Cristo, un joven criollo, cuyo mayor anhelo había sido ser escultor. Sus pobres medios sólo le permitían poseer un pequeño y humilde taller en uno de los campanarios abandonados del convento y que los padres bondadosamente les habían cedido. Ese campanario todavía existe, está sobre la calle de los Pasos.

En cierta ocasión, alguien le obsequió un trozo de madera de naranjo, y en seguida concibió la idea de burilar un Nazareno. Y así, después de arduo trabajo, de largos meses de dedicación completa y absoluta, de aquellas manos toscas pero inocentes, nació la bellísima imagen de Jesús Nazareno que con el correr de las vicisitudes del tiempo, llegaría al altar de la Cofradía en la iglesia de los padres mercedarios y se convertiría en la milagrosa imagen de Jesús Nazareno de la Merced.

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Transcurrieron los años y la fama de los milagros del Señor de la Merced era cada vez mayor. De tal manera que fue consagrada con una pompa poco vista en Santiago de Guatemala y en toda la América Española , un día del mes de agosto de 1717 por el Obispo Juan Bautista Álvarez de Toledo.

Después de los terremotos de Santa Marta y la consiguiente ruina de la Ciudad del Señor Santiago, la imagen se traslado con la orden mercedaria al templo edificado aquí, en la Nueva Guatemala de la Asunción , donde hoy la veneramos".

Y ha de saber usted hermana, que se cuentan en esta ciudad grandes sucesos del Señor de la Merced –continuó la Hermana Sacristana-. "Por el callejón de Jesús vive una chichigua, gente rústica, del pueblo, que relata que una vez tuvo una aflicción muy grande; tanto que ni real tenía para comer; entonces, como era muy devota de Jesús en su desesperación se fue a su capilla y le pidió con intenso fervor que la ayudara, y dice la señora Minga Carrillo, que así se llama, que Jesús de la Merced lloró por ella: dos lágrimas de plata cayeron a sus pies. Ella las tomó y las empeñó con los judíos de la calle del Comercio y así salió de sus penas. Pero, cuando por fin Dios la socorrió y lo pudo hacer, sacó la prenda y le devolvió a Jesús sus lágrimas dejándoselas entre el manto, cerca de la cruz.

Otras gentes dicen que Jesús les ha curado a sus enfermos y en el ayuntamiento, los síndicos aseguran que Jesús de la Merced ha aliviado la sequía y los temblores que tanto agitan esta ciudad. En fin, hermana, es verdaderamente milagroso..."

En tanto la monja concepta concluía su relato, el mohoso reloj de uno de los campanarios de la Catedral despertó al tiempo dormido con dos graves campanadas.
Sor Margarita se dio cuenta que debía regresar al convento de las teresinas. Agradeció el auxilio a su hermana en la fe y salió corriendo a la Sacristía. Atravesó el atrio del convento de la Concepción y se perdió en la calle del Sol.

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